sábado, 12 de julio de 2014

DIGNIDADES. Mario Benedetti.




Está la dignidad de los honores,
de la etiqueta y de la jerarquía,
de las señoras y de los señores,
de vuecencia ilustrísima y usía.
 
La dignidad de los que tienen plata
y el protocolo más la pleitesía...
 
Y, distancias salvadas, la corbata,
las alcurnias de origen sospechoso
y la honra que hoy viene más barata,
la fe del militar pundonoroso
que ordena simplemente la tortura
con el aval del todopoderoso.
 
Está la dignidad de la censura,
la del garrote y de la contumacia,
de la calumnia y su salpicadura
y las miserias de la aristocracia
y la ambición en tres velocidades
y el simulacro triste de la audacia.
 
Pero también hay otras dignidades
que no suelen andar de boca en boca
aunque recorran todas las edades
y toda la vergüenza que no es poca.
 
La dignidad de la naturaleza
que de tan cuerda nos parece loca.
La dignidad que siempre sale ilesa
del tumulto la trampa y su cortejo.
 
Y está la dignidad de la pobreza,
la que se lleva inscripta en el pellejo
y permite enfrentar sin más señales
la entrañable mirada del espejo.
 
Está la dignidad de los leales,
aquellos que en las buenas y en las malas,
en tiempos de revés y en los triunfales
no cambian sus raíces por las alas
ni exigen el cilicio ni la alfombra.
Van sin alabanceros ni bengalas
y en el simple baluarte de su sombra.
 
Tienen la dignidad que dignifica,
esa que normalmente no se nombra
ni se lleva a la feria o se publica.