martes, 28 de octubre de 2014

EL LEÑADOR QUE LE PERDONÓ LA VIDA A UN ÁRBOL.


Este cuento ecologista lo escribí una mañana para un niño que no conozco. 
Pero esa es otra historia.
Espero que la semilla de esta cuentista germine en los corazones de la gente de la Tierra.


El leñador era consciente de su realidad: su trabajo era importante, pero aún lo era más la madera de los árboles que llevaba cortando desde una edad muy temprana.

El leñador era huérfano y había tenido que comenzar a trabajar desde muy joven.

Con el paso de los años, había empezado a admirar a los árboles a los que sesgaba la vida por dinero, había comenzado a entender que cualquier ser vivo sobre el planeta Tierra era importante. Empezó a pensar que si los bosques desaparecían, no sólo ya no tendría trabajo sino que la Tierra también tendría dificultades para conservar el oxígeno que producen las masas forestales.

Su conciencia ecológica aumentaba según pasaban los años.

Comenzó a hablar con sus compañeros sobre este tema. El capataz que organizaba los turnos de trabajo se unió al debate. Un día incluso el propietario de la industria maderera escuchó una de las charlas que estaban entablando sus leñadores.

Esa noche, en su casa de madera, el jefe de esa industria amenazada por la deforestación, junto a su mujer y su hija,  parecía preocupado.

- Papá, ¿qué te pasa?- le preguntó su hija.
- Creo que me he confundido de profesión, hija. Tenía que haberme dedicado a plantar árboles y preservar los bosques y lo que hago es esquilmarlos.

- Hmmm…¿ y por qué no lo haces?
- No puedo hija.

- Por cada árbol que cortes podrías plantar dos o tres de la misma especie. De esa forma, siempre habría árboles en el mundo.
- Eureka… eso es.

Al día siguiente, el jefe de la industria maderera convocó al capataz y a sus leñadores y les comunicó la propuesta de su hija para preservar el bosque y los árboles gracias a cuya madera habían podido vivir tantos años.

De esa forma, los leñadores ya no sufrían cada vez que tenían que cortar uno de los majestuosos árboles que tanto admiraban, porque por cada árbol que cortaban plantaban tres de la misma especie. Esta conciencia ecologista se fue expandiendo por todo el valle, entre las gentes que vivían en las montañas y por los alrededores de los pueblos de la comarca y todas las vecinas y vecinos comenzaron a hacer lo mismo.

Quizá si esa conciencia ecológica se sigue expandiendo, la Tierra continuará siendo el paraíso que ahora es y puede dejar de ser si no la cuidamos.

Hazte eco. Planta tu árbol. Cuídalo.


Y verdín verdeado, esta semilla ya la he plantado. Riégala de vez en cuando.